En su tercer siglo de vida, el primer transbordador del mundo es un “puente vivo” que traslada a millones de personas y cientos de miles de vehículos cada año
Diario Deia – Asteartea, 2020ko otsailaren 18a
El Puente Bizkaia tiene el honor de ser el primer puente transbordador del mundo. Ubicado en Portugalete, sigue trabajando incansablemente en su tercer siglo de vida porque es un “puente vivo” que funciona día y noche para trasladar a millones de personas y cientos de miles de vehículos cada año en un proceso amigable, económico y sostenible, difícil de superar.
Además, su esbelta estructura es visitable desde hace una veintena de años, lo que atrae a cientos de miles de estudiantes, turistas, constructores y divulgadores a contemplar tan espectacular obra de ingeniería.
Utilidad, belleza, economía y per- durabilidad son los secretos gracias a los cuales este puente ha supera- do ya tres o cuatro revoluciones industriales y urbanísticas y se pre- para emocionado para ser un modelo de esta última, en la que tanto se valoran algunas de las condiciones que él ya cumple tras adaptarse cada poco tiempo a la economía, leyes y hábitos cambiantes.
Una obra histórica en evolución constante
Comenzó siendo un trans- bordador pensado para llevar carruajes y personas, pero llegó el automóvil y se adaptó a sus exigencias; empezó funcionando con carbón y vapor y cambió sus elementos para hacerlo con corriente continua, como los tranvías, luego con corriente alterna (y a ratos con gasolina) y ahora está aprovechando todas sus posibilidades para captar del sol y del viento cuanto sea posible restar de su factura eléctrica.
Además, el Puente Bizkaia ha adoptado los avances propios de los nuevos tiempos. Así, lleva ya veinte años volcado en la informática y en las nuevas tecnologías de comunicaciones y es un laboratorio permanente en el que se ensayan nuevos materiales, medidas de seguridad sensores y mecanismos.
Modelo de adaptación
Actualmente es una ventana abierta a los miles de personas que lo cruzan y visitan cada día y es un modelo de adaptación al cambio para otras ciudades que tuvieron puente transbordador y lo desmantelaron porque lo creían anticuado. De hecho, ahora mismo es el motor que tira de los otros siete puentes simi- lares que quedan en el mundo, para conseguir que sean declarados Patrimonio de la Humanidad en su con- junto.
Don Alberto de Palacio Elissagüe fue el artífice de este sueño mecánico hecho realidad, un hombre “genial y adelantado a su tiempo”, como lo califican y alaban los propios promotores del Puente Bizkaia.
Él concibió el Puente no solo como elemento funcional de transporte, sino como un reclamo para que bar- cos y gentes de todo el mundo comprobaran las posibilidades de la técnica para las creaciones industria- les, sin dejar de lado la belleza y armonía constructiva a base de “materiales menos nobles” como el hierro y el acero, ignorados por arquitectos, ingenieros y promotores; de ahí que se le considere “arquitecto de lo útil e innovador de lo necesario”.
Hijo de padre vizcaíno y madre labortana, Alberto de Palacio Elisagüe fue el prototipo de rebelde creativo del final de la época romántica. Universal como los vascos de entonces, con una necesidad imperiosa de saber y de hacer, inquieto, batallador y abierto, comprometido con su tiempo y con el futuro, tuvo a su favor el increíble optimismo que tras la desolación de las guerras carlistas inundó Bizkaia y gran parte del mundo “occidental.
La variedad y multiplicidad de sus concepciones basadas todas en los más estrictos principios científicos y encaminados a hacer más cómo- das, fáciles y baratas la vida de los pueblos y sus relaciones entre sí, asombraban a cuantos le escuchaban. Fiel reflejo de “el poder creador como hecho social de participación, sin la necesidad de crear grandes emociones arquitectónicas”. Y siempre amante de la posteridad, es decir, el espacio sin límites ubicado en un infinito sin dimensiones en el que cabe lo mate- rial y lo espiritual, lo insigne y lo desconocido.
Todos los analistas avisan de que hemos de cambiar hábitos. En este sentido, el Puente Bizkaia y su creador son unos de los mejores ejemplos de que es posible y de que tal actividad reconforta a quienes lo operan y hace que el Patrimonio sea más querido por el pueblo.
Como dijera Miguel de Unamuno “la grandeza de Bilbao son sus hijos”, recuerdan desde el Puente Bizkaia.