El valle del Madriu-Perafita-Claror está situado en el sureste de Andorra. Su territorio está dividido en cuatro parroquias (divisiones administrativas) y cubre una superficie de 4.247 hectáreas, lo que representa casi el 10% del territorio nacional. Si añadimos la zona de protección periférica, estamos hablando de casi una quinta parte de la superficie del país.
La preservación de un valle mayor en su totalidad es un hecho insólito, y el único caso que se ha dado en los Pirineos.
El 1 de julio de 2004 el Valle del Madriu-Perafita-Claror fue incluido en la lista de Patrimonio de la Humanidad como paisaje cultural por sus valores naturales y culturales. Y es que la historia del Valle es la historia de Andorra. A lo largo de sus doce kilómetros de longitud encontramos huellas de ocupación humana que expresan de manera singular cuál fue la perfecta simbiosis y el precioso equilibrio entre la tierra y el hombre, entre sus recursos y sus necesidades. Mosaicos aparentemente aleatorios de los campos de cultivo, prados de siega, paredes de piedra seca, cabañas de pastor, bordas y restos de “orris” nos recuerdan aquellos tiempos difíciles en los que los habitantes luchaban constantemente por aprovechar los escasos recursos que les ofrecía la montaña.
La agricultura ha sido una de las actividades fundamentales de la economía andorrana y, por tanto, del valle del Madriu-Perafita-Claror. Aquí el fondo de valle fue acondicionado para su utilización como zona de cultivo para la obtención de productos agrícolas tanto para el consumo humano como para el ganado. Pero es la actividad ganadera la que ha dejado la impronta más importante en el valle, en buena parte porque la ganadería fue y ha sido, hasta mediados del siglo pasado, una fuente de ingresos importante para la economía del país.
La aportación de la actividad ganadera en el paisaje cultural del valle no ha sido sólo material. La conquista de los pastos dibujó de forma invisible una serie de divisiones en los terrenos donde se ejercía una explotación diferente dependiendo de las estaciones del año. La clasificación de los terrenos de pasto se establecía en función de la calidad de la hierba y del período del año en que se podían aprovechar. No son directamente perceptibles a la vista, pero estas realidades de antaño son un elemento esencial del patrimonio inmaterial del valle. Además, los rebaños de ganado vacuno, equino y ovino vitalizaron el paisaje y determinaron el aspecto botánico del valle, aumentando la biodiversidad y contribuyendo a la regresión de la vegetación leñosa.
Durante el siglo XVIII y principios del XIX, la economía del país añadió los intereses industriales a los agrícolas y ganaderos. Como muestras de la actividad siderúrgica en el valle, además de las más de seiscientas carboneras habilitadas en los mismos bosques del valle y de las minas de hierro en la Maiana, encontramos los restos de una de las fraguas más antiguas de Andorra, conocida como la Farga del Madriu. Con una actividad productiva de 1732 a 1836, se sitúa a 1.990 m de altitud, junto al río Madriu, y si por su emplazamiento parece difícil que fuera una de las más importantes, sí fue, por la misma razón, una de las más singulares. Es por esta razón que des del 2021 se esta llevando a cabo un proyecto de estudio, revalorización y conservación integral de este yacimiento con la colaboración del gobierno de Andorra. El itinerario de la siderurgia del Madriu, itinerario Cultural transnacional certificado por el Consejo de Europa, pasa evidentemente junto a las ruinas de la fragua. Este proyecto no sólo permitirá detener el proceso de deterioro de las ruinas y facilitar su preservación sino también potenciar su conocimiento y difusión. Así, con estos trabajos se conseguirá crear un nuevo punto de interés turístico, y continuar fomentando la divulgación de los valores del valle.
La última intervención humana remarcable en el valle, fueron los trabajos de la compañía hidroeléctrica FHASA (Fuerzas Hidroelectricas de Andorra, s.a.), en la década de los años 30 del pasado siglo, para construir los embalses y colectores que suministran el agua a la presa de Engolasters. Las presas de Ràmio y de L’Illa, así como las conducciones excavadas para proveer de un caudal suficiente Engolasters, son hoy los testigos más visibles dentro del valle de lo que, en su momento, fue un proyecto de ingeniería muy avanzado para la época. Las obras de FHASA están íntimamente ligadas a la historia de nuestro país ya que abrieron las puertas a la modernización y al progreso de una Andorra que hasta entonces vivía prácticamente del medio rural, con unas vías de comunicación deficientes y una población que, a menudo, buscaba fuera mejores oportunidades de vida. A cambio de la explotación de los saltos de agua para la producción de energía eléctrica, los concesionarios se comprometieron a construir las carreteras que llevarían a los primeros trabajadores extranjeros y la modernidad en el país. Es cierto que estas obras modificaron el paisaje, pero el impacto no sólo fue mínimo, sino que algunas de las infraestructuras que se construyeron son hoy parte importante del patrimonio arquitectónico del valle y de Andorra.
Pero la riqueza del valle del Madriu-Perafita-Claror no es solo cultural. Su sistema lacustre, el mayor de Andorra y uno de los más bellos de los Pirineos, está formado por más de una treintena de lagos, algunos tan bellos como el Estany de la Nou o tan singulares como el Estany Blau. Muchas fuentes de agua fría y clara completan el complejo hidrográfico. El agua representa en el paisaje cultural del Valle un valor material e inmaterial de enorme importancia. Destaca evidentemente el río Madriu, “madre del río”, de aguas cristalinas que da nombre al valle. Históricamente el agua se ha asociado a aprovechamientos y actividades como la fragua, los molinos, el riego, la producción hidroeléctrica o el agua de boca. Todos estos aprovechamientos y actividades han generado estructuras, hoy en día consideradas ya culturales, algunas desaparecidas, otras todavía en funcionamiento o de pie.
La particular orientación del valle (Este-Oeste), así como el importante desnivel entre su punto más alto (pico Portelleta a 2906 m) y el más bajo (a 1056 m) están en el origen de sus grandes contrastes climáticos, y su excepcional flora y fauna. La vegetación del valle es un mosaico rico y complejo: un total de 38 hábitats naturales están presentes en el valle. Y la gran variedad de microclimas y hábitats del valle propicia que el 70% de las especies animales de Andorra se encuentren sobre este 10% del territorio nacional con ejemplares altamente amenazados no tan sólo en el entorno inmediato, sino también en el conjunto del continente europeo, como el el quebrantahuesos o el águila real. Este dato recalca de manera contundente la extraordinaria importancia biológica y medioambiental del Valle.
La historia del valle del Madriu-Perafita-Claror es la historia de Andorra, y su extensa red de caminos es un símbolo inequívoco. Los caminos que atraviesan el valle fueron abiertos a raíz de las diferentes actividades humanas que se fueron desarrollando, y en muchos casos se fueron completando en función de actividades específicas, por lo que su abandono también ha implicado la pérdida de algunos de estos caminos que han quedado fosilizados en el paisaje. Empleada en los primeros tiempos por agricultores, pastores y herreros, más adelante por contrabandistas, refugiados y viajeros, y hoy en día por excursionistas, la red viaria del valle es el nexo de unión de todas las actividades que se han desarrollado durante siglos y un destacado símbolo material e inmaterial de este paisaje cultural.
En estas montañas de vida, esfuerzos, luchas y paz, el hombre ha impreso su presencia. El valle del Madriu-Perafita-Claror es un mosaico evolutivo, denso y extraordinariamente bien conservado de paisajes, biotopos y gestos humanos, al tiempo que es el ejemplo eminente de un modelo complejo y sabio de aliarse con el territorio y de utilizar los recursos con respeto e ingenio. Concentrado excelente de testimonios, el valle del Madriu-Perafita-Claror es un paisaje cultural excepcional donde se pueden leer y admirar, sin discontinuidades ni alteraciones, períodos significativos de nuestra historia. Con su diversidad y calidad, los valores culturales y naturales ligados al paisaje son parte del patrimonio común, del patrimonio de Andorra, del patrimonio de la Humanidad.